viernes, 9 de octubre de 2009

Salvó el semestre

Se comentaba por lo bajo, se rumoreaba por los pasillos del club, se susurraba a las espaldas de todos, que el gol de la Cobra era como ese mágico taxi que, a la salida del boliche a las 6 de la mañana, bajo una lluvia torrencial, jamás va a aparecer.
Otros decían que no era tan así. Decían que el festejo eternamente postergado era como cuando a lo lejos, esforzándonos por ver a través de las gruesas gotas, divisamos esa preciosa y celestial luz roja de libre, pero que, a sólo metros de nuestra posición, cuando ya nos estábamos relamiendo para empujar el balón a la red, esa luz se apaga en un abrir y cerrar de ojos, y vemos con horror cómo el taxista obeso levanta a dos pendejas, o (para situarnos en nuestro ejemplo de la Cobra) cómo el defensor rival se lanza desesperadamente a nuestros pies y tira por la borda nuestras ilusiones de concretar ese tan buscado gol.

Luego de quedar matemáticamente sin chances dos fechas atrás, el Chototeam se preparó psicológicamente para el partido de la penúltima jornada frente a su devaluado pero clásico rival La Chueca, por eso, las dos últimas derrotas pasaron sin pena ni gloria.
Digo clásico para catalogar de alguna manera esta rivalidad que existe entre estos dos equipos de barrio, y no como artefacto para expresar similitud o siquiera comparar el nivel de jerarquía individual y grupal que diferencia ampliamente a ambos conjuntos.
Un Barcelona-Español, o, sin ir más lejos, un Vélez-Ferro, o, para ser muy buenos, un Estudiantes-Gimnasia, pueden servir como ejemplo práctico de este tipo de rivalidad, donde lo único que tienen en común los enfrentados es vivir en el mismo barrio.
Gastón, Joan y Juanchi vivían un partido especial; luego de su polémica desvinculación de La Chueca, enfrentaban a su ex equipo.
El encuentro empezó, y el Choto no tardó en ponerse en ventaja; linda definición del Dady luego de un rebote afortunado en un defensor contrario.
A partir de ese momento el partido se terminó; sólo era cuestión de apostar cuántos goles más iban a venir ante la total y absoluta carencia de ideas de su rival de turno.
Santiago, en dos oportunidades, y Juanchi, convirtieron para el 4-0 parcial que plasmaba en el marcador la abultada diferencia que se demostraba dentro del campo de juego.
Con el partido ya liquidado, el Chototeam se dio un par de lujos; primero, Riquelme Elfabri procedió a volverse a hacer echar nuevamente, otra vez por una mano absolutamente innecesaria en la mitad de la cancha, que le valió su segunda amarilla y, por ende la roja, y debió dejar la cancha, no sin antes alzar los brazos en reconocimiento a los hinchas, quienes lo aplaudían y ovacionaban con fervor.
Pero lo mejor de la tarde estaba por llegar; “Joan, pasá de nueve; Santi, andá al medio, y gordo, jugá de 4”, fueron las indicaciones del DT cuando promediaba la segunda etapa. “Al principio fue como un arma de doble filo; por un lado, era consciente de que ese era el partido para meterla, un equipo que pierde con Sanzo es muy tentador para los delanteros rivales, pero por otro, sabía que si ese día no la metía, jamás iba a suceder. Pero me tenía mucha fe y no dudé en ir arriba”, confesó después del partido “el pesimista del gol”, como lo apodan sus amigos.
¿Pero qué pasó? ¿Volvió a postergarse su festejo? La Cobra desperdició innumerables situaciones clarísimas, que a cualquier mortal le hubieran hecho desistir en los intentos de convertir un gol que jamás antes había conseguido.
“Persevera y triunfarás”, dijo sabiamente Napoleón. Por eso La Cobra agachó su cabeza y siguió enchufado, sabía que al menos una más iba a tener.
Desborde de Santiago por la izquierda y centro atrás para La Cobra. Cuando parecía que la jugada se ensuciaba luego de una serie de rebotes, la pelota quedó quietita en el punto penal. En ese preciso instante, el cielo se abrió dejando bajar un haz de luz blanca que cayó de lleno en la figura de La Cobra, que primereó a los defensores como si se adelantara a las dos minitas que intentaban robarle el taxi, y, como si supiera definir, acarició el balón de media vuelta, colocándolo en la parte lateral de la red, ahí en donde los arqueros no suelen llegar, desatando la locura y el delirio de la hinchada, de los suplentes y hasta del DT, que, con el tobillo hinchado y todo, cruzó corriendo el campo de juego para unirse en un inmenso e interminable abrazo de gol con el resto del equipo, que, en la mitad de la cancha, festejaba el quinto tanto como si fuera un campeonato...